Centro Conde Duque 1 de mayo 2021
El texto que acompaña el espectáculo “mellizo doble” comienza con un: “abstenerse puristas” que resulta ser una bobada y una obviedad porque a estas alturas todo el mundo sabe de que “palo” van los dos artistas. Por otro lado, en los últimos cuarenta años escuchando flamenco no he conocido a ningún “purista”, sí que me he encontrado a muchos amantes del cante clásico y algún tonto (irrelevante, aunque muy ruidoso). Eso de los puristas es una entelequia, una “engañifa” para periodistas novatos. En los años setenta (del siglo XX) ninguna peña, garito o asociación anunciaba: “abstenerse renovadores, evolucionados, morentes, camarones o pacodelucías” si alguno lo pensó o, lo dijo, es porque temía que se iba a quedar con el puchero vacío. Total, que el personal asistente a mi sesión era muy de “vanguardia de peluquería” con insistencia en los moños varoniles.
LUZ Y TAQUIGRAFOS
La escena se desarrolla con luz blanca, sin diseño, sin sombras. El público permanece también parcialmente iluminado. No hay misterio pero ¿qué pasa con el duende?
Paco (El Niño) recita un poema adaptado a partir de un texto de Eugenio Noel, el antitaurino y antiflamenquista sobre los brazos de Pastora Imperio en una plaza de toros imaginaria, iluminada con el sol de las cinco de la tarde y mientras está al borde de estallar por acumulación de palabras y la respiración agitada que le cubre el rostro de un excitado colorao, a su lado Israel baila con cara de Buster Keaton ¿y el compás? ¿qué pasa con el compás?
-Nada, no pasa nada.
No hay soniquete en los pies, no hay una pauta, no hay estructura. Si alguna vez tuvo que ver con un palo flamenco lo que baila, sus zapatos han triturado el soniquete y las esencias. Taconea con la técnica y la estampa de un bailaor pero suena tan abstracto como un contemporáneo. Paco toma un cajón flamenco y entona un cante que parece de ida y vuelta, pero el regreso será a lo de Eugenio Noel, el antitaurino y antiflamenco, entre medias ha hecho un cante que no alcanzo a localizar. El Niño de Elche es más proclive a modificar que a crear, a su espalda Galván taconea sobre la memoria de los flamencos. Nosotros el público ni tenemos ocasión de aplaudir, o de jalear. De repente, un acontecimiento. Nos reímos:
-¿De qué?
-¡Un «Gag»!
-¿Un arrrggg?
-Un chiste
Israel ha estado rebuscando entre sus entretelas y ha sacado una muleta roja intensa, que enseña al respetable con la cara de Buster Keaton. La muleta es minúscula y cae sobre la tarima, luego sacará dos jeringuillas, pero parece que se arrepiente del simil banderillero. Por su parte El Niño de Elche dibuja un natural con una silla (de capote) y sin citar al toro. Ya saben, sin retar al bicho con un movimiento de caderas explícito. Debe ser que Paco sigue siendo antitaurino y que lo suyo es toreo de salón. Nadie se ríe, ni acompaña el gesto, nadie dice ¡Ole!
Los elementos de la primera parte y la que sigue remiten al dadaismo. Un movimiento artístico desarrollado a partir de 1916 que desafiaba el positivismo y la lógica del arte clásico y burgués. En 1979 ví en el “Johnny” un concierto dadaista en el que un grupo alemán cantaba la poesía visual que proyectaban en la pantalla (muy cercano a lo que interpreta Niño de Elche) mientras que el diseño sonoro experimentaba con la localización espacial del sonido. Algo que en España había desarrollado Val del Omar (un artista fetiche para el de Elche y antes para Lagartija Nick). El poso que me dejó aquel concierto fue el del humor, algo que escasea en este espectáculo y que ha desarrollado más Israel (inolvidable su “la lucha vuelve al Price”) que es más difícil de encontrar en El Niño de Elche que parece más cómodo en la provocación.
Total que en “Mellizo doble” los momentos de humor escasean tras el prometedor arranque “taurino” la primera parte se cierra con Israel Galván marcando el compás de reggaetón sobre un suelo electrónico que remata con el “esta sí esta no” de Chimo Bayo que ya utilizó en “fla.co.men” y que delata que aparentemente no hay ni guión, ni contexto, solo una sucesión de escenas (todo muy dadaista).
APAGÓN Y DUDAS
El final del espectáculo desemboca en un pulso con el público en un aparente “a ver quién aguanta más”. En un momento los artistas se retiran a un lado del escenario y se cambian de ropa. Israel se había quedado descalzo y se pone unas botas y un mandil. El Niño se pone una chaqueta. Sin prisa, sin temor al silencio y a la vista de todos. Y cuando vuelven a la escena se apaga la luz y suena algo casi hiriente, luego veremos que es arena arrastrada por los piés de Galván. A mi me encanta escuchar la presencia de Galván con los ojos cerrados en “Fla.co.Men”; de hecho, en sus últimas giras exploraba en esa dirección. Tarda mucho en iluminarse la escena, en la penumbra se vislumbran las pantallas “a ver cuanto falta” llevamos una hora y no se adivina el final, aún nadie ha cogido la guitarra que sigue abandonada en mitad del escenario cuando lo hace, estamos a punto de arrepentirnos. El Niño de Elche entona luego “la caña por pasodoble” de Rafael Romero. Aplausos, saludos y un bis cortito y gracioso. Alivio.
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